REFLEXIONES DE NUESTRO PÁRROCO
D. JOSÉ MIGUEL BRACERO
DÍA 3 – VIERNES 3 DE ABRIL 2020
“VIERNES DE DOLORES”
“Intentaron detenerlo, pero se les escabulló de las manos”
(Jn 10, 31-42)
¡Buenas tardes, hermanos guadalcaceños! Hoy finaliza el Triduo en honor de nuestra Madre la Santísima Virgen de los Dolores, conmemorando precisamente hoy su memoria en este Viernes de Dolores que la tradición y la piedad popular celebra desde hace siglos.
Si el miércoles teníamos en nuestra contemplación a nuestro Padre Jesús Nazareno, ayer fue su imagen yacente en el Santo Entierro, hoy la figura central coincidiendo con la liturgia, será la Virgen en los sufrimientos y dolores de una Madre que durante toda su vida supo ofrecer su dolor al Señor para mostrar su agradecimiento a través de su fe, su obediencia y su humildad a la Voluntad del Padre que la eligió desde toda la eternidad para ser Madre de Dios y Madre de Jesús, Dios y hombre verdadero.
Qué Semana Santa tan inesperada y tan distinta a lo que teníamos planeado en nuestro corazón, ¿verdad? Nadie diría que un simple virus iba a cambiar y alterar el orden de todas las cosas, que iba a paralizar este mundo, que nos iba a hacer vivir una Cuaresma distinta, tal vez que, por designio del mismo Dios, ha querido que vivamos más interiormente y no tanto por las calles en los preciosos pasos que procesionan por nuestras calles. Igual nos está llamando el Señor a darnos cuenta de la fragilidad de nuestra vida, de que somos débiles, de que un enemigo prácticamente invisible está haciendo visible en el mundo nuestra impotencia ante las circunstancias.
Es inevitable que nos surja la pregunta de por qué Dios permite todo esto: enfermedad, muerte, sufrimiento. ¿Y por qué no coge con su mano poderosa y destruye todo el mal? Ciertamente todo esto que acontece en el mundo: las guerras, enfermedades, muerte… son frutos de aquel primer pecado original de nuestros primeros padres que perdieron todo derecho a la inmortalidad y a no tener que sudar para ganarse el pan de cada día, porque no conocíamos la muerte ni el sufrimiento. Pero aquella serpiente tentadora –que sigue haciendo de las suyas entre nosotros- les llevó a desconfiar y desobedecer aquel mandato divino y desde entonces, arrastramos aquella pesada losa en nuestras vidas. Pero Dios respeta nuestra libertad, no puede intervenir para que todos seamos buenos, no pequemos, seamos inmortales… poder, podría, pero entonces no dejaría que hiciéramos uso de nuestra propia libertad. En nuestra mano está ganarnos el pan de la salvación y la vida eterna ahora y para eso Jesús dio su vida por nosotros en estos días que muy pronto celebraremos de manera muy reducida, pero con la misma grandiosidad de saber que el Señor se hará presente igualmente, porque la Semana Santa está ahí, siempre vuelve, aunque no habrá procesiones ni pasos por la calle este 2020. Será una Semana Santa más interior.
Este dolor, también lo ofrecemos a Dios de la mano de nuestra Virgen de los Dolores en un día como el de hoy. Unimos nuestro dolor a sus Siete Dolores, presentes en la Escritura: la espada que atravesaría su alma en la profecía de Simeón; la huida a Egipto con el Niño y San José, tierra extraña y peligrosa; cuando se perdió tres días y lo encontraron en el Templo; el cruce de miradas con su Hijo Nazareno camino del Calvario; ver cómo lo clavaban y era colgado de aquel madero y dio su vida por todos; al bajarlo de la Cruz y ponerlo en su tierno regazo; y cuando lo llevaron a aquel sepulcro que ofreció generosamente José de Arimatea.
Dice San Juan Pablo II en una carta apostólica que el sufrimiento está presente en el mundo para hacer nacer obras de amor al prójimo, para transformar la civilización humana en la llamada “civilización del amor”. Y es verdad si lo pensamos bien. En estos días de pandemia, de aislamiento en casa, sin poder salir a clase, ni al trabajo, ni ver a nuestros seres queridos para darles un abrazo o un beso, se nos hace doloroso pensar que nuestra humanidad es frágil y débil, que no somos invencibles como el mundo nos quiere hacer creer. Pero al mismo tiempo, somos capaces de hacer grandes actos de generosidad, de colaboración, de fraternal ayuda. No hay más que ver los miles y miles de voluntarios que colaboran con el reparto de alimentos a los más necesitados y a los ancianos, los que fumigan nuestras calles, los que aplauden a las fuerzas de seguridad y a esos estupendos sanitarios que dan su vida por cumplir con su vocación. ¡Dios los bendiga a todos!
Yo como párroco, también me resulta doloroso ver cómo se posponen bodas, bautizos, comuniones, pero sé que llegarán pronto; pero lo más doloroso es ver cómo tras perder un ser querido, las familias no pueden ser consoladas presencialmente, ni despedirlo cristianamente en un funeral con palabras de aliento y consuelo. Parece que estamos solos, que Dios nos ha abandonado, pero no es verdad. Nuestro Padre Jesús Nazareno siempre está a nuestro lado para ayudarnos a llevar nuestras cruces; su Madre la Santísima Virgen de los Dolores, comprende nuestro dolor porque Ella tampoco pudo despedirse de su Hijo, no la dejaron acercarse a limpiar su rostro ni siquiera a darle un poco de agua para aliviar su sed.
Que no decaiga nuestro espíritu de generosidad, de amor a Dios y a los demás –incluso a nuestros enemigos- ni tampoco nuestro ánimo, y que nuestra Madre nos consuele a todos, y permita que comprendamos que seremos felices si buscamos la Verdad, el Camino, la Vida que es Jesucristo, le seguimos fielmente y nos unimos a su Palabra, a su Evangelio, a su Iglesia, que somos todos con docilidad a la acción del Espíritu Santo en nuestro corazón para cumplir la Voluntad de Dios.
Aprovechemos estos momentos para perseverar en la oración, en la fe, y sobre todo en la esperanza, para que como nuestra Virgen de los Dolores, “meditemos todas estas cosas en nuestro corazón”, y nos demos cuenta de que después de la tristeza llega la alegría, después de la privación llega la abundancia, y también como Ella al pie de la Cruz junto al discípulo amado, ser conscientes de que después de la muerte vendrá la Resurrección, para que cuando Dios quiera, en el último día, podamos volver a abrazar a nuestros seres queridos.
Os tendré muy presentes a todos en la misa de hoy, y quiero acabar con unos veros de la secuencia del Stabat Mater, que dicen así: “¡Oh, Madre, fuente de amor!, hazme sentir tu dolor, para que llore contigo: y que, por mi Cristo amado, mi corazón abrasado, más viva en Él que conmigo”.
Rezo por vosotros cada día, por vuestras familias, y por el fin de este terrible episodio que nos ha tocado vivir, que salgamos curados de esta pandemia no solo de cuerpo sino de alma también. Que nuestro Padre Jesús Nazareno nos acompañe y la Virgen de los Dolores, Madre de Cristo y Madre nuestra, interceda por nosotros.
Recibid mi bendición de todo corazón,
José Miguel Bracero
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