REFLEXIONES DE NUESTRO PÁRROCO
D. JOSÉ MIGUEL BRACERO
DÍA 1 – MIÉRCOLES 1 DE ABRIL 2020
“Si el Hijo os hace libres, sois realmente libres”
(Jn 8, 31-42)
Comenzamos hoy con gran alegría, pero en la pena de no poder celebrarlo presencialmente por la situación de crisis sanitaria que nos azota, este Triduo organizado por la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno, el Santo Entierro y María Santísima de los Dolores de nuestro pueblo, Guadalcázar. Os doy la bienvenida a todos los guadalcaceños y os invito a que participéis cada día en las redes en las reflexiones y oraciones que ofreceremos. Es la forma más cercana a poder estar cerca de nuestros titulares, y hoy especialmente, de nuestro Padre Jesús Nazarenos por quien ofrecemos este primer día.
Hoy la idea central de la liturgia del día es la verdad. Ya sabéis que Pilatos preguntó a Jesús: Quid est veritas? ¿Qué es la verdad? Y Él le respondió: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Todos nosotros buscamos la verdad, estoy seguro, o al menos, creemos buscarla. Pero lo que tenemos que pararnos a pensar es dónde la buscamos y de qué fuentes manan esas verdades. Está probado que la verdad científica es demostrable mediante fórmulas, ecuaciones, progamas informáticos, y esa es la verdad empírica, la que se puede demostrar. Pero ¿cómo encontramos la verdad que no puede medirse mediante ordenadores? Frente al conocimiento directo de la ciencia, está el conocimiento indirecto de la fe, que no puede medirse porque no se alcanza más que con un corazón humilde, obediente y sumiso a la Voluntad de Dios en nuestra vida. Y ahí está el quid de la cuestión.
La primera lectura de Daniel nos habla de los tres jóvenes a quien el rey Nabucodonosor mandó echar a un horno ardiente porque no querían postrarse ni adorar a su “estatua de oro”. Ellos decían, con gran valentía y coraje, que no adorarán a nadie más que a Dios, su Señor. Tuvo que llegar el gran milagro, cuando tras arrojarlos amarrados a aquel horno, de repente, el rey comenzó a verles caminar en aquel infierno pero junto a una cuarta figura, que según sus palabras “parecía un ser divino”. Fue la prueba, una más, de que Dios nunca abandona a los que le aman. Jesús también nos está diciendo que cogerá la Cruz por nosotros, para que no nos sintamos solos ante las dificultades de la vida. Nuestro Padre Jesús Nazareno viene siempre junto a nosotros, para ayudarnos a llevar nuestras cruces. Por eso podemos hacer un intercambio espiritual con Él en este día y pedirle la gracia de que podamos “intercambiar nuestras cruces”. Yo me comprometo Señor a amarte cada día más como muestra de mi amor y humildad a aquel gesto de dejarte clavar y matar por mí, por mis pecados, para perdonarme y darme la vida eterna; y por otra parte, tú me ayudarás a llevar la mía porque quien a Dios tiene, nada le falta.
Esto añade otro mensaje más: que si bien podemos intercambiar espiritualmente nuestras cruces con Jesús, con nuestros hermanos, los más necesitados, los pobres, los alejados, los que no creen y los desesperanzados, no podemos intercambiarlas, porque cada cual lleva sus cruces, unas veces arrastradas, y otras veces abrazadas. Pero sí podemos ayudarles a llevarla, como esos otros Cireneos que, al principio a la fuerza, y al final agradecidos, ayudaron a llevar a aquel destrozado, flagelado, y escupido Jesús Nazareno, camino de su martirio final más cruento y mortal.
En estos días de pandemia, de aislamiento en casa, de no poder hacer lo que antes hacíamos con toda normalidad, nos tiene que llamar al corazón a sentirnos cireneos, a salir de nosotros mismos, a ayudar en lo que podamos a tantas y tantas familias, sanitarios, seres queridos, enfermos, ancianos que llevan sus cruces de cada día. Y podemos hacer tanto… cada cual, en sus posibilidades, material o económicamente, pero también espiritualmente rezando por ellos, por los difuntos, por los que los atienden y las familias tan doloridas que no pueden ni despedirlos como se merecen en el tanatorio o en un funeral. Gracias a Dios, sí nos queda al menos a los sacerdotes la posibilidad de poder rezar por ellos junto a sus familiares en el cementerio el día de su sepultura. ¡Cuánto dolor y tristeza! Algo muy parecido a lo que nuestra Madre, la Virgen de los Dolores, pasaría junto a su Hijo viéndole como lo maltrataban, lo insultaban, lo cargaban con la cruz, y sin poder acercarse a Él ni para darle un beso, un abrazo, un simple jarro de agua para poder enjugar sus lágrimas y aliviar su dolor.
Que nuestro Padre Jesús Nazareno nos ayude a que, desde la fe, la esperanza, la caridad hacia el hermano, pero también la humildad, la obediencia y la valentía de aquellos tres jóvenes, podamos también nosotros decir: “Ayúdame a llevar mi cruz, por favor, que yo llevaré la tuya”.
Mis bendiciones a todos los guadalcaceños y que Dios guíe e ilumine a vuestras familias ahora y siempre.
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